domingo, 31 de enero de 2010

ORIGEN Y LA IMPORTANCIA DEL MAIZ

El centro geográfico de origen y dispersión se ubica en el Valle San Juan de Tehuacán, en la denominada Mesa Central de México a 2.500 m. Sobre el nivel del mar. En este lugar se han encontrado restos arqueológicos de plantas de maíz que, se estima, datan del 7.000 a.C. Teniendo en cuenta que ahí estuvo el centro de la civilización Azteca es lógico concluir que el maíz constituyó para los primitivos habitantes una fuente importante de alimentación. Aun, se pueden observar en las galerías de las pirámides (que todavía se conservan) pinturas, grabados y esculturas que representan al maíz.A mediados de la década del ‘50, en excavaciones en la ciudad de México, a 30 Km. En dirección nordeste de las pirámides, se encontraron muestras de polen identificados como pertenecientes al maíz o a sus antiguos progenitores que tendrían de 60 a 80.00 años de edad. Esto nos da una idea de magnitud en la evolución de la especie

El maíz fue de gran importancia entre los pueblos de Mesoamérica. Constituyó su base alimenticia por ser uno de sus alimentos de mayor valor y era preparado en multitud de formas como los atoles, tamales, pozoles y tortillas que siguen siendo hasta nuestros días elementos indispensables en la alimentación del pueblo de México.

El maíz fue la basede la alimentaciónde los pueblos mesoamericanos.Centéotl era el dios del maíz.
El maíz, es, sin discusión, una de las más valiosas aportaciones de las culturas mesoamericanas a la humanidad, pero además, es necesario aclarar que no es un producto natural, sino que se consiguió mediante la domesticación de alguna gramínea silvestre, sin que hasta la fecha se pueda precisar de cuál de ellas o en qué sitio se consiguió por primera vez. Precisamente por ello, muchas regiones de América se han disputado el crédito de haber sido el lugar donde se cultivó por primera ocasión y de ahí se distribuyó a otras regiones; esto parece poco probable y más bien debe aceptarse que lo que el hombre de América transmitió no fue un grano de maíz, sino el procedimiento para domesticar la gramínea; de ser así, en cada región se logró el cultivo del maíz, domesticando la gramínea del lugar.
Los indígenas precolombinos, conscientes de la importancia de este grano, lo divinizaron; así, en el Popol Vuh, libro sagrado de los quichés, se trata de explicar el origen del hombre, relatando que fue hecho de maíz traído por los dioses de Paxil y Cayalá

cultivo de hongos

Cultivo de hongos
El Cultivo de hongos es un arte, disciplina o actividad dedicada a cultivar hongos en un medio controlado, a diferencia de la recolección de hongos. Normalmente se utilizan como alimento humano, pero puede ser utilizados también para producir diversas sustancias como la penicilina o son útiles en procesos como la deslignificación de la madera.
Características
Los hongos no se mueven y se pueden confundir con plantas, sin embargo su metabolismo se parece más al de los animales ya que no producen elementos complejos gracias a la luz. De hecho pueden ser cultivados en espacios subterráneos y oscuros como túneles o sótanos, siendo lugares muy adecuados, ya que mantienen una temperatura fresca y una humedad alta y estable.
Además de proporcionar una condiciones ambientales adecuadas se debe preparar un substrato adecuado para el hongo a cultivar. Es básico realizar una buena esterilización, para que ningún otro hongo o microbio compita con el hongo a cultivar.
Las composición del sustrato puede ser muy variada: diversos estiércoles, paja, restos de madera (serrín, astillas, etc). Después de ser agotado el sustrato puede tener otros usos desde compost o mejorante del suelo agricultura, hasta de alimento para rumiantes y lombrices. Muchos hongos son capaces de digerir la lignina (pocos seres vivos pueden hacerlo) y convertir nitrógeno no proteico en proteínas[1] De esta forma aunque pueda perder algo de valor energético la calidad como alimento tanto del sustrato como del fruto puede mejorar.
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- El gobernador del estado, Juan Sabines Guerrero, se reunió con el director general del Fondo de Capitalización e Inversión del Sector Rural (FOCIR), Javier Delgado Mendoza, acompañado del Secretario de Turismo y Proyectos Estratégicos, Roberto Albores Gleason, el Secretario de Campo, Ernesto Gutiérrez, el Secretario de Planeación y Desarrollo Sustentable, José Antonio Zenteno Santiago, y el Director General de COMCAFE, José Tanús Piñasoria, para iniciar la estructuración de un fondo de capital tripartita con una aportación inicial de 300 millones de pesos. Este fondo, otorgará diversos estímulos a los empresarios y emprendedores del campo, favorecerá la consolidación de los corredores estratégicos agroindustriales y generará más y mejores empleos para los chiapanecos.Con esto, el gobierno de Chiapas, junto con FOCIR e inversionistas privados, crean el Fondo más atractivo del país para impulsar la agroindustria de la entidad, ya que es uno de los proyectos estratégicos que el gobierno de Chiapas encabeza para lograr mejorar la calidad de vida de los chiapanecos.Cabe destacar que FOCIR es un agente del Gobierno Federal que promueve el desarrollo del sector rural y agroindustrial proporcionando servicios especializados en banca de inversión y capital de riesgo, a través de la promoción e inducción al financiamiento a largo plazo a empresas del sector que no están siendo atendidas; el fomento y apoyo temporal a la oferta financiera, e incentivos a la inversión privada en el sector.El fondo estará integrado con aportaciones de los Gobiernos Federal y Estatal y recursos de la iniciativa privada; orientado a diversos tipos de proyectos agroindustriales, como son, generar valor agregado al café, bioenergéticos, invernaderos tecnificados e hidroponía, flores, entre otros, con características que lo hace el primero en su tipo y único en el país, el cual beneficiará al sector agroindustrial de Chiapas.El objetivo es financiar proyectos productivos que incentiven la participación del sector privado; promuevan la capitalización de la agroindustria; agreguen valor a las cadenas productivas del sector, propicien el desarrollo sustentable del estado, y generen empleos de calidad para elevar el nivel de vida de las familias chiapanecas.El Fondo ofrecerá incentivos sin precedentes a los empresarios y emprendedores, con el fin de promover la atracción de proyectos agroindustriales de alto impacto en la entidad y apoyar a la agroindustria chiapaneca.
HELIBERTO L. A.
ING.AGROINDUSTRIAL

sábado, 30 de enero de 2010

Tortugas en la sopa



El apetito de China por las tortugas, servidas en sopas o estofados, ha dejado a los ríos grandes y pequeños de toda Asia sin su población habitual. Desde los noventa, las tasas de consumo se dispararon pues los nuevos ricos chinos han despilfarrado en carne de este reptil, asociada tradicionalmente con la salud y la longevidad. Para que continúe en el menú, los importadores chinos han puesto sus ojos en las aguas de Estados Unidos donde abundan las tortugas. En la actualidad, cientos de miles de estos animales silvestres de agua dulce, principalmente de concha blanda y mordedoras, son enviadas cada año, desde los estados del sur de EU, a países de Asia, en especial China.
Esta fiebre ha alertado a los conservacionistas estadounidenses, quienes catalogan su recolección como “no sustentable”. Debido a la lenta tasa reproductiva de las tortugas, “retirar de un río incluso a unos cuantos adultos puede tener efectos durante décadas”, dice Jeff Miller, defensor de la causa conservacionista en el Center for Biological Diversity.
El año pasado, grupos de conservacionistas coordinados por este centro exigieron a Oklahoma, Texas, Georgia y Florida –estados que aún no reglamentan esta práctica– poner fin a la recolección con fines comerciales. La iniciativa ha tenido cierto éxito. Texas y Oklahoma suspendieron la captura de tortugas en terrenos públicos, y la prohibición podría extenderse a los privados. El centro trabaja en otra petición: inscribir hasta 12 especies de tortugas del sur en la lista de especies en peligro de extinción.
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El fin de la abundancia: la crisis alimentaria mundial


El acto más sencillo y natural de todos. Nos sentamos a la mesa, tomamos un tenedor y probamos un jugoso bocado, sin darnos cuenta de las ramificaciones mundiales que supone volvernos a servir. Las reses vienen de Iowa, alimentadas con maíz de Nebraska. Para los estadounidenses las uvas vienen de Chile, las bananas de Honduras, el aceite de oliva de Sicilia, el jugo de manzana no viene del estado de Washington, sino de China. La sociedad contemporánea nos ha liberado de la carga de cultivar, cosechar, incluso de preparar el pan nuestro de cada día a cambio de sólo pagar por ello. Únicamente hacemos caso cuando los precios suben. Y las consecuencias son profundas.
El año pasado el alza vertiginosa del costo de los alimentos fue una llamada de atención para el planeta. Entre 2005 y el verano de 2008 se triplicó el precio del trigo y el maíz, y se quintuplicó el del arroz, dando lugar a motines a causa de los alimentos en una veintena de países y dejando más de 75 millones de personas expuestas a la pobreza. Sin embargo, a diferencia de las sacudidas anteriores impulsadas por una escasez alimentaria a corto plazo, el alza de precios aconteció en un año en el que los agricultores mundiales obtuvieron máxima histórica en su cosecha de cereales. Más bien, los precios altos eran síntoma de un problema mayor que tira de los hilos de nuestra red alimentaria mundial. Y no desaparecerá en el futuro cercano. En palabras llanas: durante la mayor parte de la década anterior, el mundo ha consumido más alimentos de los que produce. Después de años de reducir las reservas, en 2007 el mundo presenció una caída de los remanentes mundiales a 61 días de consumo mundial, la segunda menor registrada.
“El crecimiento de la productividad agrícola es apenas de 1 a 2 por ciento anual –advirtió en plena crisis Joachim von Braun, director general del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias con sede en Washington, D.C.–. Es demasiado bajo para cubrir el crecimiento de la población y el aumento en la demanda”.
Los precios elevados son la señal última de que la demanda sobrepasa a la oferta, de que simplemente no hay alimentos suficientes. Esta agflación, es decir, inflación alimentaria, golpea con mayor fuerza a los miles de millones de personas más pobres del planeta, dado que suelen gastar entre 50 y 70 por ciento de sus ingresos en alimentos. Aunque los precios hayan disminuido con la implosión de la economía mundial, aún se hallan cerca de máximos históricos y permanecen los problemas subyacentes de reservas bajas, población creciente y estabilización en el aumento de los rendimientos. Se prevé que el cambio climático (con temporadas de cultivo más calurosas y mayor escasez de agua) reducirá las cosechas en gran parte del mundo, aumentando el espectro de lo que algunos científicos llaman ahora una crisis alimentaria perpetua.
¿Qué hará entonces un mundo caluroso, lleno de gente y hambriento?
Esa es la pregunta con la que lidian Von Braun y sus colegas del Grupo Consultivo sobre Investigaciones Agrícolas Internacionales. Se trata del grupo de centros de investigación agrícola de renombre mundial que contribuyó a doblar el rendimiento promedio de maíz, arroz y trigo entre mediados de los cincuenta y de los noventa, un logro tan asombroso que fue conocido como la revolución verde. Sin embargo, dado que la población mundial aumenta vertiginosamente y alcanzará los 9 000 millones de personas hacia mediados de siglo, estos expertos aseguran que hace falta repetir el logro y duplicar la producción actual de alimentos hacia 2030.
En otras palabras, necesitamos otra revolución verde. Y en la mitad del tiempo.
Desde que nuestros antepasados abandonaron la caza y la recolección para arar y sembrar hace unos 12 000 años, nuestro número avanza de la mano con nuestra capacidad agrícola. Cada adelanto (la domesticación de animales, el riego, la producción de arroz de regadío) condujo a un salto correspondiente en la población humana. Cada vez que las existencias de alimentos se estancaban, la población se estabilizaba. Antiguos escritores árabes y chinos señalaron los nexos entre población y recursos alimentarios, pero no fue sino hasta fines del siglo XVIII cuando un estudioso británico intentó explicar el mecanismo exacto que relacionaba ambos; y se convirtió, quizá, en el científico social más infamado de la historia.
Thomas Robert Malthus, cuyo nombre diera origen a términos como “catástrofe maltusiana” y “maldición maltusiana,” era un apacible matemático, clérigo y, a decir de sus críticos, el referente supremo del vaso medio vacío. Cuando unos cuantos filósofos de la Ilustración, atolondrados por el éxito de la Revolución Francesa, comenzaron a predecir el mejoramiento continuo e ilimitado de la condición humana, Malthus aplastó sus predicciones. La población humana, observó, aumenta a una tasa geométrica, duplicándose cada 25 años más o menos si no encuentra obstáculos, mientras que la producción agrícola aumenta a una tasa aritmética, con mucha mayor lentitud. Allí yacía una trampa biológica de la cual la humanidad jamás podría escapar.
“La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la de la tierra para producir alimento para la humanidad –escribió en su Ensayo sobre el principio de la población, en 1798–. Esto implica que la dificultad para conseguir alimento ejercerá sobre la población una fuerte y constante presión restrictiva”. Malthus pensaba que las restricciones podrían ser voluntarias (como el control de la natalidad, la abstinencia o el retraso del matrimonio) o involuntarias (por el azote de la guerra, la hambruna y las enfermedades). Se opuso a la ayuda alimentaria para todos, salvo las personas más pobres, pues sentía que esa ayuda alentaba a que nacieran más niños en la miseria.
La revolución industrial y la siembra de tierras comunales inglesas aumentaron espectacularmente la cantidad de alimento en Inglaterra, barriendo con Malthus y depositándolo en el cesto de basura de la era victoriana. Sin embargo, fue la revolución verde la que volvió al reverendo el hazmerreír de los economistas contemporáneos. Desde 1950 el mundo ha experimentado el mayor crecimiento poblacional de la historia humana. Después de la época de Malthus, se agregaron 6 000 millones de personas a las mesas del planeta. Pero, gracias a mejores métodos de producción de cereales, se alimentó a casi todas estas personas. Por fin nos habíamos desecho por completo de los límites maltusianos.
O eso pensábamos.
La décimo quinta noche del noveno mes del calendario lunar chino, 3 680 aldeanos, casi todos de apellido He, estaban sentados bajo una lona con goteras en la plaza de Yaotian, China, y se apresuraron a degustar una comida de 13 platos. El acontecimiento era un banquete tradicional en honor de los ancianos.
Incluso con la recesión mundial, los tiempos aún son relativamente buenos en la provincia suroriental de Guangdong, donde se sitúa Yaotian en medio de parcelas de estampilla postal y lote tras lote de fábricas nuevas que contribuyen a convertir esta provincia en una de las más prósperas de China. Cuando las épocas son buenas, los chinos comen cerdo. Mucho cerdo. El consumo per cápita en el país más poblado del mundo aumentó 45 % entre 1993 y 2005, de 24 a 34 kilogramos al año.
Un empresario afable, el consultor de la industria porcina Shen Guangrong, recuerda que su padre criaba un cerdo anualmente, que era sacrificado en el año nuevo chino. Era la única carne que comían al año. Los cerdos que criaba el padre de Shen no necesitaban mucha atención, eran variedades resistentes de color blanco y negro que comían casi cualquier cosa: restos de comida, raíces, basura. No sucede lo mismo con los cerdos contemporáneos de China. Después de las mortales protestas realizadas en la Plaza Tiananmen en 1989, que culminaron un año de disturbios políticos exacerbado por los elevados precios de los alimentos, el gobierno comenzó a ofrecer incentivos fiscales a las grandes granjas industriales para satisfacer la demanda creciente. A Shen se le encomendó trabajar en una de las primeras granjas de cerdos en China que forman parte de las Actividades Concentradas de Alimentación de Animales (CAFO, por sus siglas en inglés), en la cercana Shenzhen. Estas factorías, que han proliferado en años recientes, dependen de razas alimentadas con mezclas avanzadas de maíz, harina de soya y suplementos para que crezcan rápidamente.
Esas son buenas noticias para el chino promedio, amante de la carne de cerdo, que, con todo, consume apenas 40 % de la carne que comen los estadounidenses. Sin embargo, esto es preocupante para las existencias mundiales de cereales. Comer carne es una forma increíblemente ineficaz de alimentarnos. Hacen falta cinco veces más cereales para obtener la cantidad equivalente de calorías que se generan al comer cerdo que al sólo comer cereal: 10 veces más si hablamos de las reses de EUA engordadas con cereales. A medida que se destinan más cereales al ganado y a la producción de biocombustibles para autos, el consumo anual mundial de cereales ha aumentado de 815 millones de toneladas métricas en 1960 a 2 160 millones en 2008.
Incluso China, el segundo país productor de maíz del planeta, no puede producir cereal suficiente para alimentar a todos sus cerdos. Casi todo el déficit se compensa con soya importada de Estados Unidos o Brasil, uno de los pocos países que puede ampliar sus tierras de cultivo, a menudo arando el bosque tropical. La creciente demanda de alimentos, piensos y biocombustibles ha sido un factor determinante en la deforestación de los trópicos. Entre 1980 y 2000 más de la mitad de las hectáreas de tierras de cultivo nuevas se obtuvieron de bosques tropicales vírgenes. Brasil aumentó 10 % anual sus hectáreas de soya en la Amazonia entre 1990 y 2005.
Parte de esta soya brasileña podría terminar en los molinos de las Granjas Guangzhou Lizhi, la mayor de las CAFO de la provincia de Guangdong. Algunos expertos prevén que para cuando en China haya más de 1 500 millones de personas, en algún momento de los próximos 20 años, harán falta otros 200 millones de cerdos sólo para mantenerse al paso. Y eso es sólo en China. Se espera que hacia 2050 el consumo mundial de carne se duplique. Eso significa que vamos a necesitar muchos más cereales.
Esta no es la primera vez que el mundo se encuentra al borde de una crisis alimentaria, es sólo la iteración más reciente. A los 83 años, Gurcharan Singh Kalkat ha vivido lo suficiente para recordar una de las peores hambrunas del siglo XX. En 1943 murieron hasta cuatro millones de personas en la “corrección maltusiana” conocida como la hambruna de Bengala. Durante las dos décadas posteriores a esa fecha, India tuvo que importar millones de toneladas de cereales para alimentar a su pueblo.
Luego llegó la revolución verde. A mediados de la década de los sesenta, cuando India luchaba por alimentar a su pueblo después de otra grave sequía, un biogenetista estadounidense llamado Norman Borlaug trabajaba junto con investigadores indios para llevar sus variedades de trigo de alto rendimiento al Punjab. Las nuevas semillas eran un don del cielo, dice Kalkat, en esa época director adjunto de agricultura para el Punjab. En 1970, los agricultores casi habían triplicado su producción con la misma cantidad de trabajo. “Teníamos el gran problema de qué hacer con el excedente –afirma–. Cerramos las escuelas un mes antes para almacenar la cosecha de trigo en los edificios”.
Borlaug nació en Iowa y consideró que su misión era llevar a los lugares pobres de todo el planeta los métodos agrícolas de alto rendimiento que convirtieron la región central de Estados Unidos en el granero del mundo. Sus nuevas variedades de trigo enano, de tallos cortos y robustos que soportaban infrutescencias completas y gordas, fueron un avance sorprendente. Podían producir un cereal distinto a cualquier variedad de trigo antes vista, siempre y cuando hubiera agua abundante, fertilizantes sintéticos y poca competencia de malas hierbas o insectos. Con ese fin, el gobierno de India subsidió canales, fertilizantes y la perforación de pozos entubados para el riego, y dotó a los agricultores de electricidad gratuita para bombear agua. Las nuevas variedades de trigo se difundieron rápidamente por toda Asia, modificando las prácticas agrícolas tradicionales de millones de agricultores; pronto fueron seguidas por nuevas cepas de arroz “milagroso”. Los nuevos cultivos maduraban con mayor rapidez y permitían a los agricultores recoger dos cosechas al año en lugar de una. Hoy día, una cosecha doble de trigo, arroz o algodón es la norma en el Punjab, que, junto con la vecina Haryana, hace poco suministró más de 90 % del trigo que hacía falta a los estados de India con déficit de cereales.
La revolución verde comenzada por Borlaug no tenía nada que ver con la etiqueta verde amable con el ecosistema que está en boga en la actualidad. Dado su empleo de fertilizante sintético y plaguicidas para cuidar enormes campos de un mismo cultivo, práctica conocida como monocultivo, este nuevo método de agricultura industrial era la antítesis de la tendencia orgánica actual. Más bien, William S. Gaud, entonces administrador de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, acuñó la frase en 1968 para describir una alternativa a la revolución roja de Rusia, en la que obreros, soldados y campesinos hambrientos se habían rebelado violentamente en contra del régimen zarista. Más pacífica, la revolución verde fue un éxito tan asombroso que Borlaug obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1970.
En la actualidad, sin embargo, el milagro de la revolución verde ha terminado en el Punjab. En esencia, el aumento en los rendimientos se ha estancado desde mediados de la década de 1990. El riego en exceso ha llevado a un marcado descenso de las capas freáticas, que alimentan ahora 1.3 millones de pozos entubados, al tiempo que se han perdido miles de hectáreas de tierras productivas por la salinización y anegación de los suelos. Cuarenta años de riego intensivo, fertilización y plaguicidas no han sido amables con los limosos campos grises del Punjab. Ni con las personas mismas, en algunos casos.
En la polvorienta aldea agrícola de Bhuttiwala, hogar de unas 6 000 personas en el distrito de Muktsar, el anciano de la aldea Jagsir Singh, de barba larga y turbante azul cobalto, saca cuentas: “Los últimos cuatro años hemos tenido 49 decesos debido al cáncer –señala–. La mayoría eran personas jóvenes. El agua no es buena. Es venenosa, contaminada. Pero las personas la siguen bebiendo”.
Jagdev Singh es un joven de rostro dulce de 14 años cuya columna vertebral se deteriora lentamente. Desde su silla de ruedas mira Bob Esponja doblada al hindi mientras su padre habla acerca de su pronóstico. “Los doctores dicen que no vivirá para ver los 20”, afirma Bhola Singh.
No hay prueba de que estos cánceres fueron causados por plaguicidas. No obstante, investigadores han hallado en el Punjab plaguicidas en la sangre, las capas freáticas, las hortalizas, incluso en la leche materna de sus esposas. De modo que muchas personas toman el tren, que hoy en día recibe el nombre del Expreso del Cáncer, desde la región de Malwa hacia el hospital oncológico de Bikaner. El gobierno está bastante preocupado como para gastar millones en plantas de tratamiento de agua por ósmosis inversa para las aldeas más gravemente afectadas.
Si eso no preocupara lo suficiente, el alto costo de los fertilizantes y plaguicidas ha sumido en deudas a muchos agricultores punjabíes. Un estudio halló más de 1 400 suicidios de agricultores en aldeas entre 1988 y 2006. Algunos grupos sitúan el total para el estado entre 40 000 y 60 000 suicidios durante ese periodo. Muchos bebieron plaguicidas o se colgaron en sus campos.
“La revolución verde sólo nos ha traído la ruina –menciona Jarnail Singh, maestro jubilado de la aldea de Jajjal–. Arruinó nuestro suelo, nuestro medio ambiente, nuestras capas freáticas. Antes teníamos ferias en las aldeas donde las personas se reunían y divertían. Ahora nos congregamos en centros médicos. El gobierno ha sacrificado a la gente del Punjab a cambio de cereales”.
Otros, desde luego, lo ven de manera distinta. Rattan Lal, connotado edafólogo de la Universidad Estatal de Ohio y egresado de la Universidad Agrícola del Punjab en 1963, considera que fue el abuso, no el uso, de las técnicas de la revolución verde lo que causó la mayoría de los problemas. Ello incluye el empleo excesivo de fertilizantes, pesticidas y riego, así como la eliminación de los residuos de los cultivos en los campos, en esencia extrayendo los nutrientes del suelo. “Estoy consciente de los problemas de la calidad del agua y su extracción –afirma Lal–, pero salvó a cientos de millones de personas. Pagamos un precio en agua, pero la opción era dejar morir a la gente”.
En cuanto a la producción, resulta difícil negar los beneficios de la revolución verde. India no ha sufrido una hambruna desde que Borlaug llevó sus semillas al país, mientras que la producción mundial de cereales ha aumentado en más del doble. Algunos científicos atribuyen sólo al aumento en el rendimiento del arroz la existencia de 700 millones de personas más en el planeta.
Muchos científicos especialistas en cultivos y agricultores piensan que la solución de nuestra crisis alimentaria actual está en una segunda revolución verde, basada sobre todo en nuestros nuevos conocimientos sobre genética. Los biogenetistas conocen ahora la secuencia de casi todos los alrededor de 50 000 genes de las plantas de maíz y soya, y están aprovechando ese conocimiento en formas que eran inimaginables hace apenas cuatro o cinco años, dice Robert Fraley, técnico en jefe de la gigante agrícola Monsanto. Él está convencido: la modificación genética, que permite a los biogenetistas mejorar los cultivos con rasgos benéficos obtenidos de otras especies, conducirá a la formación de variedades nuevas con mayor rendimiento, menor necesidad de fertilizantes y mejor tolerancia a la sequía: el Santo Grial de la década anterior. Cree que la biotecnología permitirá que en 2030 se duplique el rendimiento de los cultivos fundamentales de Monsanto: maíz, algodón y soya. “Estamos listos para contemplar quizá el periodo más grandioso de adelantos científicos fundamentales en la historia de la agricultura”.
África es el continente donde nació el Homo sapiens y dados sus suelos desgastados, las lluvias irregulares y la creciente población, bien podría ofrecer un atisbo al futuro de nuestra especie. La revolución verde nunca llegó al continente por numerosos motivos (falta de infraestructura, corrupción, mercados inaccesibles). De hecho, la producción agrícola per cápita disminuyó en el África subsahariana entre 1970 y 2000, mientras que la población aumentó vertiginosamente, dejando un déficit alimentario anual de 10 millones de toneladas. En la actualidad es el hogar de más de un cuarto de las personas más hambrientas del mundo.
Diminuto, sin salida al mar, Malaui, apodado el “corazón ardiente de África” por una esperanzada industria turística, se halla también en el centro del hambre, caso emblemático de los males agrícolas del continente. La mayoría de los malauíes, que habitan uno de los países más pobres y densamente poblados de África, cultivan maíz y a duras penas sobreviven con menos de dos dólares al día. En 2005, las lluvias fallaron otra vez en Malaui y más de un tercio de su población de 13 millones necesitó ayuda alimentaria para sobrevivir. El presidente de Malaui, Bingu wa Mutharika, declaró que no fue elegido para gobernar un país de mendigos.
Tras un fracaso inicial de persuadir al Banco Mundial y otros donantes para que contribuyeran a subsidiar los insumos para la revolución verde, Bingu, como lo conocen en su tierra, decidió gastar 58 millones de dólares de las arcas de su país para poner en manos de los agricultores pobres semillas híbridas y fertilizantes. A la larga, el Banco Mundial se unió al empeño y persuadió a Bingu para que dirigiera el subsidio a los agricultores más pobres. Alrededor de 1.3 millones de familias agrícolas recibieron cupones que les permitían comprar tres kilogramos de semillas de maíz híbridas y dos sacos de 50 kilogramos de fertilizante a un tercio del precio de mercado.
Lo que sucedió después se ha denominado el “Milagro de Malaui”. Buenas semillas y un poco de fertilizante (y el regreso de lluvias abundantes) contribuyeron a que los agricultores obtuvieran excelentes cosechas durante los dos años siguientes (las cosechas del año pasado, sin embargo, disminuyeron un tanto). La cosecha de 2007 se calculó en 3.44 millones de toneladas métricas, un récord nacional. “Pasaron de un déficit de 44 % a un superávit de 18 %, duplicando su producción –afirma Pedro Sánchez, director del Programa de Agricultura Tropical de la Universidad de Columbia, quien asesoró al gobierno de Malaui en el programa–. El año siguiente tuvieron un superávit de 53 % y exportaron maíz a Zimbabue. Fue un cambio espectacular”.
Tan espectacular que, de hecho, ha llevado a una mayor conciencia sobre la importancia de las inversiones agrícolas en la reducción de la pobreza y el hambre en lugares como Malaui. En octubre de 2007, el Banco Mundial emitió un informe de suma importancia, en el que se concluye que el organismo, los donantes internacionales y los gobiernos africanos se han quedado cortos en la ayuda a los agricultores pobres de África, además de haber descuidado las inversiones en agricultura durante los 15 años anteriores. Tras décadas de desalentar las inversiones públicas en agricultura, y de hacer un llamamiento en favor de las soluciones de mercado, que rara vez se materializaron, en los últimos dos años instituciones como el Banco Mundial han cambiado el curso y aportado fondos a la agricultura.
El programa de subsidios de Malaui es parte de un movimiento de mayor envergadura que busca llevar, finalmente, la revolución verde a África. Desde 2006 la Fundación Rockefeller y la Fundación Bill y Melinda Gates han donado casi 500 millones de dólares para financiar la Alianza para una Revolución Verde en África, que se centra principalmente en llevar programas de mejoramiento de plantas a universidades africanas, y fertilizantes suficientes a los campos de los agricultores. Sánchez, junto con el destacado economista y guerrero contra la pobreza Jeffrey Sachs, brinda ejemplos concretos sobre los beneficios de este tipo de inversiones en 80 pequeñas aldeas agrupadas en una decena de “aldeas del milenio”, dispersas en los sitios críticos por el hambre en toda África. Con la ayuda de algunas estrellas de rock y actores famosos, Sánchez y Sachs gastan en cada pequeña aldea 300 000 dólares al año. Esa cantidad representa hasta un tercio por persona del PNB per cápita de Malaui, lo que ha orillado a muchos organismos del ámbito del desarrollo a preguntarse si un programa de estas características puede sostenerse a largo plazo.
Phelire Nkhoma, mujer pequeña, enjuta y fuerte, es la agente de extensión agrícola de una de las dos aldeas del milenio de Malaui, en realidad, son siete aldeas en las que habitan 35 000 personas. Ella describe el programa mientras nos desplazamos en una nueva camioneta de la ONU, desde su oficina en el distrito de Zomba, por campos ennegrecidos por incendios, salpicados por el violeta de los árboles de jacaranda. Los aldeanos reciben gratuitamente semillas y fertilizantes, siempre y cuando donen en la temporada de cosecha tres sacos de maíz a un programa de alimentación escolar. Ellos reciben mosquiteros y medicamentos antipalúdicos. Tienen derecho a una clínica con agentes de salud, un granero para almacenar sus cosechas y pozos de agua potable a no más de un kilómetro de cada unidad familiar.
Estos relatos son una recompensa para Faison Tipoti, el dirigente de la aldea. Él desempeñó un papel decisivo para que llevaran el famoso proyecto a su localidad. “Cuando Jeff Sachs vino y preguntó: ‘¿Qué quieren?’, le respondimos que no queríamos dinero, sino harina, pero que nos diera fertilizante y semillas híbridas, y haremos algo bueno”, relata Tipoti con voz grave. Los aldeanos ya no pasan sus días recorriendo el camino suplicando por comida para alimentar a niños de barrigas hinchadas y enfermos.
Sin embargo, ¿ la respuesta a la crisis alimentaria mundial es en verdad una repetición de la revolución verde, con el tradicional paquete de fertilizantes sintéticos, plaguicidas y riego, supercargada por semillas genotecnológicas? El año pasado, un estudio a gran escala, llamado Evaluación internacional de la ciencia y la tecnología agrícolas para el desarrollo, llegó a la conclusión de que los inmensos aumentos en la producción generados por la ciencia y la tecnología en los últimos 30 años no han logrado mejorar el acceso a los alimentos de la mayoría de las personas pobres del mundo. El estudio, que duró seis años, comenzado por el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, y en el que participaron unos 400 expertos agrícolas de todo el mundo, hizo un llamamiento para un cambio de paradigma en la agricultura, hacia prácticas más sostenibles y respetuosas con el medio ambiente que beneficiarían a los 900 millones de pequeños agricultores del mundo, no sólo a la agroindustria.
El legado de suelos corrompidos y acuíferos agotados de la revolución verde es una de las razones por las cuales deben buscarse nuevas estrategias. Otra razón es aquello que el autor y profesor de la Universidad de California en Berkeley, Michael Pollan, llama el tendón de Aquiles de los actuales métodos de la revolución verde: una dependencia de los combustibles fósiles. El gas natural, por ejemplo, es una materia prima de los fertilizantes nitrogenados.
Hasta ahora, los descubrimientos genéticos que liberarían los cultivos de la revolución verde de su gran dependencia en el riego y los fertilizantes han sido escurridizos. Fraley predice que su empresa tendrá hacia 2012 maíz tolerante a sequías en el mercado de Estados Unidos. Sin embargo, el rendimiento prometido durante los años de sequía sólo es entre 6 y 10 por ciento mayor que el de los cultivos normales golpeados por la sequía. Así, ha comenzado un cambio orientado hacia proyectos pequeños e insuficientemente financiados, dispersos en toda África y Asia. Algunos llaman a esto agroecología; otros, agricultura sostenible, pero la idea subyacente es revolucionaria: debemos dejar de concentrarnos en sólo maximizar el rendimiento de los cereales a cualquier costo y considerar las repercusiones que tiene la producción de alimentos tanto en el medio ambiente como en la sociedad. Vandana Shiva, física nuclear convertida en agroecologista, es la crítica más acérrima de la revolución verde de India. “La denomino como los monocultivos de la mente –dice–. Sólo se fijan en los rendimientos del trigo y el arroz, pero en general la canasta de alimentos está disminuyendo. Antes de la revolución verde había en el Punjab 250 tipos de cultivos”. Su investigación ha demostrado que el empleo de composta en lugar de fertilizantes derivados del gas natural aumenta la presencia de materia orgánica en el suelo, capturando carbono y reteniendo humedad, dos ventajas fundamentales para los agricultores que afrontan el cambio climático. “Si hablamos de resolver la crisis alimentaria, estos son los métodos que hacen falta”, agrega Shiva.
En la región septentrional de Malaui un proyecto está obteniendo muchos de los resultados del proyecto de las aldeas del milenio, a una fracción del costo. El proyecto Soils, Food and Healthy Communities (SFHC) distribuye semillas de leguminosas, recetas y consejos técnicos para cultivar productos nutritivos como maní, guandú y soya, que enriquecen el suelo al fijar el nitrógeno, al tiempo que enriquecen también la alimentación de los niños. El programa comenzó en el año 2000 en el hospital de Ekwendeni, donde el personal observaba altas tasas de malnutrición.
Una investigación sugería que el culpable era el monocultivo de maíz, que había dejado a los pequeños agricultores con rendimientos pequeños debido a suelos agotados y el elevado precio del fertilizante.
En la pequeña aldea de Encongolweni, un grupo de veinte agricultores del SFHC nos da la bienvenida con una canción sobre los platillos que elaboran con soya y guandú. Tomamos asiento en la casa donde se reúnen, como si estuviéramos en una tienda de antaño, mientras ellos testimonian cómo la siembra de leguminosas les ha cambiado la vida. El relato de Ackim Mhone es típico. Al incorporar leguminosas en la rotación, duplicó el rendimiento del maíz en su pequeña parcela, al tiempo que redujo el uso de fertilizante a la mitad. “Eso fue suficiente para cambiar la vida de mi familia”, refiere, además de permitirle mejorar su casa y comprar ganado. Investigadores canadienses descubrieron que, después de ocho años, los niños de más de 7 000 familias que participan en el proyecto mostraron un considerable aumento de peso, lo cual apoya el argumento de que en Malaui la salud del suelo y la de la comunidad están relacionadas.
Precisamente por ello, la coordinadora de investigación del proyecto, Rachel Bezner Kerr, está alarmada por que las fundaciones de grandes recursos monetarios aboguen insistentemente por una nueva revolución verde en África. “Lo encuentro sumamente perturbador –menciona–. Está estimulando a los agricultores a basarse en insumos caros producidos lejos, que reportan ganancias para las grandes empresas en lugar de métodos agroecológicos para aprovechar los recursos y capacidades locales. No creo que esa sea la solución”.
Sin importar qué modelo prevalezca, el desafío de llevar alimentos suficientes a 9 000 millones de bocas en 2050 resulta abrumador. Dos mil millones de personas viven en las partes más áridas del planeta, y se prevé que el cambio climático cause una disminución radical ulterior de los rendimientos en estas regiones. No importa cuán grande sea el rendimiento potencial, las plantas siguen necesitando agua para crecer. Además, en un futuro no muy distante, cada año podría haber sequía en gran parte del planeta.
Nuevos estudios climáticos demuestran la gran posibilidad de que las ondas de calor extremo, como la que marchitó cultivos y mató a miles de personas en Europa occidental en 2003, se vuelvan comunes en los trópicos y en las regiones subtropicales a finales del siglo. Los glaciares de los Himalayas, que en la actualidad dotan de agua a cientos de millones de personas, ganado y tierras agrícolas de China e India, se están derritiendo rápidamente, y podrían desaparecer por completo hacia 2035. Todo este tiempo sigue avanzando el reloj de la población, con el nacimiento de 2.5 bocas más que alimentar cada segundo. Eso da un total de 4 500 bocas más en el tiempo que le llevará a usted leer este artículo.
Lo que nos regresa, de manera inevitable, a Malthus.
Un día fresco de otoño que ha llenado de color las mejillas de los londinenses, visito la Biblioteca Británica y reviso la primera edición del libro que aún ocasiona tan acalorados debates. El Ensayo sobre el principio de la población de Malthus parece un manual básico de ciencias de octavo grado. De su prosa vigorosa y transparente, surge la voz de un humilde párroco en espera, más que nada, de que le demostraran que estaba equivocado.
“Las personas que afirman que Malthus está equivocado, por lo general no lo han leído –señala Tim Dyson, profesor de estudios demográficos de la London School of Economics–. No tenía una opinión muy distinta de la de Adam Smith en el primer volumen de La riqueza de las naciones. Nadie en su sano juicio duda de la noción de que las poblaciones tienen que vivir dentro de los límites de su base de recursos. Ni de que la capacidad de una sociedad para aumentar sus recursos a partir de esa base es en última instancia limitada”.
Aunque sus ensayos recalcaban los “frenos positivos” a la población fijados por las hambrunas, las enfermedades y la guerras, sus “frenos preventivos” quizá hayan sido más importantes. Una creciente fuerza laboral, explicaba Malthus, reduce los salarios, lo cual tiende a causar que las personas aplacen su matrimonio hasta que puedan sostener mejor una familia. El aplazamiento del matrimonio reduce las tasas de fecundidad, lo cual crea un freno igualmente fuerte para las poblaciones. Hoy día se ha demostrado que este es el mecanismo básico que reguló el crecimiento de la población en Europa occidental durante unos 300 años antes de la revolución industrial.
Pero cuando Gran Bretaña emitió hace poco un nuevo billete de 20 libras, puso en el dorso a Adam Smith, no a T. R. Malthus. No se ajusta a los valores del momento. No queremos pensar en límites. Sin embargo, a medida que nos acercamos a los 9 000 millones de personas en el planeta, hacemos caso omiso de estos límites bajo nuestro propio riesgo.
Ninguno de los grandes economistas clásicos vio venir la revolución industrial, ni la transformación de las economías y la agricultura que traería aparejada. La energía barata y en extremo disponible contenida en el carbón (y después en los combustibles fósiles) desencadenó el mayor aumento en la cantidad de alimentos, riqueza personal y número de personas jamás visto en el mundo, permitiendo que la población de la Tierra aumentara siete veces desde la época de Malthus. Y, sin embargo, el hambre, la hambruna y la desnutrición siguen con nosotros, justo como Malthus dijo que estarían.
“Hace años trabajé con un demógrafo chino –menciona Dyson–. Un día me señaló dos caracteres chinos que estaban sobre la puerta de su oficina y que juntos significan ‘población’. Eran el caracter que significa persona y el caracter que significa boca abierta. Realmente quedé impresionado. En última instancia, debe haber un equilibrio entre la población y los recursos. Y esta noción de que podemos seguir creciendo eternamente, es ridícula”.
Quizá en algún lugar profundo de su cripta en la abadía de Bath, Malthus está haciendo tranquilamente un gesto admonitorio con el dedo y expresando: “Se los dije”.
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miércoles, 27 de enero de 2010

Me caí del mundo y no sé cómo regresar...‏

Eduardo Galeano
Periodista y escritor Uruguayo (Para mayores de 30)
Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales. ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo. ¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. ¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos! Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida! ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces. ¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica. ¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII) No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios. Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo. Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo? ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron? En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos! Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín. Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'. Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa. Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!! Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour. Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
Eduardo Galeano
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